El 14 de octubre de 1994, empezó a germinar un hombre lleno de sueños y potencialidades, que logró lo inimaginable en medio de la escasez y lo marginal. Pedro David Saa creció rodeado de cultivos de arroz, en el corregimiento Buena Esperanza, zona rural de Cúcuta, y rebrotó como una semilla sin miedo a evolucionar.
Su padre siempre se ha ganado la vida preparando la tierra donde yace el alimento diario de toda una región, convirtiéndose en referente de motivación para Pedro. Este joven fue tímido y un poco torpe en su infancia, lo que le generó la exclusión por parte de sus compañeros de clase.
Un chico rebelde
Al entrar a la adolescencia se enfrentó a cambios significativos, pues pasó de ser reprimido a extrovertido. Ahora sería muy querido por los docentes a nivel educativo, pero odiado por quienes solían ser distantes o asociales. El papel habría cambiado, pues en esta nueva versión era él quien desarrollaba matoneo y bullying hacia sus compañeros menos populares.
«Hace pocos años me enteré que uno de quienes eran mis compañeros en ese entonces, se retiró del colegio por mi culpa, debido a mi saboteo hacia ellos».
Recuerda Pedro con tristeza.
El comportamiento de Saa estaba desbordado, la rebeldía lo consumió sin pensar que en un futuro se arrepentiría. Comenta que en una ocasión destruyó un parque de la comunidad, solo porque así lo quiso, además de eso, empezó a portar navajas como defensa personal.
Cada día avanzaba su furia hacia los demás, tanto así, que inició a ignorar los consejos y opiniones de sus padres, y a tener un vocabulario poco agradable.
El arte era su refugio, aunque momentáneo. En el colegio brillaba en los escenarios, recreando presentaciones para ceremonias académicas, pero por fuera de la institución, llevaba otro estilo de vida.
Finalizando sus estudios de bachillerato, fue tentado al oscuro mundo de las drogas, situación a la que por cosas del destino no llegó, pues se mantuvo fuerte ante el ejemplo que le daban sus amigos, los cuales consumían marihuana y cocaína. Además de su descontrolado comportamiento, pasaban pensamientos malignos por su cabeza.
«Me gustaba todo lo que giraba al rededor de los grupos armados; poder, armas, hacer daño, pasar por encima de los demás».
Comenta Pedro al recordar su pasado.
Loco por estudiar psicología
Había algo en Pedro que no lo hacia desistir de una vida sana. Aunque su contexto estaba inundado de maldad, él seguía estudiando y guardando una pequeña esperanza. En medio de tanta locura, había algo que le despertaba curiosidad, «¿Por qué soy así?». Se autoanalizaba y quería encontrar una respuesta.
Al finalizar su colegiatura, estaba «loco por estudiar psicología», así que le dijo a su mamá que quería ir a la universidad. Quizás con la educación escaparía de un mundo perverso, y encontraría una respuesta sobre lo que sentía.
Lo único que pedía Pedro era que lo ayudaran a entrar a una institución de educación superior, y luego, él se encargaba de lograr ese anhelado titulo profesional.
Sin conocer la ciudad o tener familia en ella, pero si con muchas ganas de superarse, Pedro se aventuró a la vida universitaria. Al inicio su papá lo ayudaba con dinero, pero ese apoyo económico no duró mucho tiempo.
¡A trabajar por los sueños!
Un día, mientras estaba en clase recibió una llamada, era su padre disculpándose por no poderlo ayudar más. En ese momento Pedro sintió que el mundo se le venía encima, pues no sabía trabajar, y el tiempo con los estudios, hacían de la situación un laberinto sin salida.
«Fue un momento complicado a nivel familiar, era invertir 2 millones de pesos que no habían, en alguien que lo único que había hecho era avergonzar al papá en el pueblo».
Expresó Pedro.
En una ocasión, su hermano le dijo; «David, usted sabe bailar, haga bailoterapias». Aunque parecía una idea descabellada, no tenía opción, y empezó a bailar por el sueño de ser profesional. En medio de su nuevo trabajo como instructor de bailes en colegios y parques biosaludables, aprovechaba para vender rifas y ganar dinero extra.
De bailarín a lavar motos, oficio que ejerció durante seis meses junto a su hermano, luego pasó a ser animador de fiestas disfrazado de payaso, trabajo que odió pero lo ayudó a avanzar en sus sueños. Gota a gota se iba llenando el vaso.
Clímax de la historia
El 2016 no fue un año fácil, los obstáculos eran cada vez más grandes para Pedro y su meta parecía estar muy lejos. También barrió calles y parques de Cúcuta. El trabajo en la ciudad no se pudo comparar con el de campo, así que volvió a las arroceras.
Al finalizar el año 2017, tuvo que pausar su carrera tres semestres seguidos, pues estaba endeudado con una entidad de prestamos educativos y la universidad, deuda que debía pagar para continuar sus estudios. Fueron tres semestres se zozobra, en el que llegó a pensar que era el fin de su sueño.
Trabajo tras trabajo, no paraba de buscar cada peso, en medio del trajín diario empezaba a valorar cada esfuerzo. Vendió hasta comidas rápidas a domicilio, en fin, cada oportunidad era aprovechada al máximo. En una de sus entregas, sufrió un accidente de tránsito, el cual debió pagar los daños ocasionados y volvió a quedar en las ruinas.
Le volvió el alma al cuerpo
Rifas, mesero, bazares, todo, ¡absolutamente de todo probó!, para volver a la universidad, hasta que en febrero del 2019 lo logró. En junio de ese año empezó a ejercer su profesión, pues tuvo la oportunidad de trabajar como auxiliar en psicología para un proyecto escolar.
Ya estaba palpando un poco de su gran sueño, pues en la mañana trabajaba en los colegios, en la tarde hacia prácticas, y los fines de semana en la discoteca como mesero.
En noviembre de ese año cerró varios ciclos en su vida. Dejó sus labores de discoteca y culminó sus estudios. Solo faltaba un paso, el diplomado para poder graduarse, el cual tenía un costo de 3’200,000, pero ya no contaba con trabajo.
El último empujón se lo dio la comunidad, que años atrás, no apostaban ni un peso por él, pero al ver sus esfuerzos, despertó admiración y orgullo por parte de su corregimiento. Y aunque en su adolescencia las madres lo trataban como una mala junta para sus hijos, hoy era todo un ejemplo a seguir.
«Con ayuda de personas logré el respaldo para una financiación de este, y finalmente me pude graduar, a partir del 2 de octubre de 2020 me he encontrado en busca de oportunidades, sin embargo, ha sido complicado».
Expresó Pedro con agradecimiento.
En medio del confinamiento por la pandemia, creó su propia página de Facebook llamada: ‘Psicologiando con Pedro’, donde comparte contenido de utilidad psicológica. Por otra parte, ha logrado hacer una pequeña base de pacientes a través de recomendaciones y resultados de la página, haciendo terapias a domicilio.
En la actualidad se proyecta con grandes ideas, que para él, «son muy innovadoras, de las cuales no se ha visto nada a nivel mundial», pero para eso, necesita de un capital económico que no cuenta. En estos días tramita documentos para migrar de Colombia y buscar oportunidades de desarrollo.
Así como Pedro Saa, hay muchos jóvenes urbanos y rurales que buscan oportunidades en medio de la desigualdad social, los cuales se levantan cada mañana con un brillo en sus ojos que les dice: ‘yo también puedo’.
Redacción: Carlos Escalante.